La caricia del otoño


Estaban lo suficientemente cerca como para poder sentir la piel el uno del otro y sin embargo no llegaban a tocarse; pero es que se encontraban lo suficientemente lejos el uno del otro para que así entre ellos pudiera resbalar una brisa, que giraba en una montaña rusa y tomaba velocidad al jugar con sus ropas y se impulsaba hasta las copas de los árboles, donde susurraba el mensaje de que el momento de dejar caer las hojas había llegado. Columpiaba aquella brisa las hojas hasta dejarlas sobre la arenilla del suelo que rechinaba con quejidos de ancianos al sentir los pasos sobre ella. Constantemente pensaba la chica en contar historias, constantemente quería crear situaciones que le hicieran ser capaz de ver al cerrar los ojos. Incluso en aquel mismo momento las palabras revoloteaban en su mente. Aunque muchas veces pensaba que las palabras eran simples mensajes, sombras de las auténticas sensaciones, y que jamás llegarían a alcanzar la complejidad intangible de lo que es realmente poder sentir. De cualquier manera las palabras eran la forma más precisa que conocía de desnudarse sin hacerlo, y de repente se vio a si misma hablando, imaginando en voz alta, relatando en aquellos mismos instantes su caminar, mientras caminaban. Nos paramos en seco y me miraste preguntándote porqué hablaba en voz alta interrumpiendo ese silencio cuya comodidad nos había llevado tanto tiempo construir. Aún así me dejaste hablar y me miraste directamente a los ojos haciendo que mis palabras se hipnotizaran y entrecortaran, golpeándose las unas a las otras hasta que lograban emerger de mis labios  y golpear los tuyos, que cada vez se sentían más cerca. No te moviste durante unos segundos, hasta que tu respiración se impuso sobre mis palabras y las hizo enmudecer. Entonces, cuando ella no pudo hablar ya más, fue cuando sintió por primera vez en aquel año, la caricia del otoño.

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